Subí al 39 en La Boca, un largo viaje hasta Chacarita, de Terminal a Terminal.
Me senté en un asiento de a dos porque de ese lado daba el sol y el día estaba muy frío.
En Parque Lezama se sentó al lado mío una señora que exalaba un fortísimo olor a naftalina. No lo puedo creer, ese detestable olor a cosa vieja, hacía años que no lo sentía.
Empecé a estornudar porque, olvidé decirlo, soy alérgica y cuando la rinitis empieza, mi nariz se convierte en un hormiguero.
Por eso, en Constitución decidí bajarme y tomar el siguiente.
Me senté en el único asiento que quedaba, junto a un hombre que hablaba por celular, a los gritos y exudando un vapor a ajo que me daba náuseas. Intenté seguir leyendo una novela que había empezado hacía una semana: “El perfume” de Suskïnd (¿Se escribe así?).
Qué asco este tipo. Yo me bajo y tomo el otro. Podría quedarme parada, pero no tiene sentido, me van a mirar todos. No, yo me bajo.
Claro, en Salta y Belgrano ya viene lleno. Me queda un hueco en medio de un remolino de gente, pegada a la máquina de boletos.
No, no lo puedo creer. Un chica se echó toda la botella de colonia encima, colonia, no perfume, colonia tipo la franco inglesa. Y apenas me puedo mover para sacar un pañuelo frente a mi catarata de estornudos.
Me bajo de nuevo frente a la facultad de ciencias sociales, justo donde estudio Relaciones laborales.
Subo y diviso un asiento individual. Por fin. Esta novela es genial, bah, era genial.
Acaba de subir una señora con un nene de unos dos años. En las primeras filas todos parecen dormir o mirar por la ventanilla.
Le doy el asiento, claro.
No les conté todavía que estoy yendo a una entrevista de trabajo. Me vestí formal porque es un puesto de recepcionista en una empresa muy así. Me tuve que comprar unos zapatos clásicos; me molestan un poco; yo siempre ando con zapatillas , jean o polleras hindúes. Pero necesito ese maldito trabajo.
De repente, la criatura del señor me vomita encima y me deja los zapatos a la miseria. La madre se disculpa, me acerca unos pañuelos de papel. ¡Qué olor!
“Todo bien, no hay drama” le digo con un sentimiento parecido al odio. “Ya me bajo” agrego.
Sí, me bajo en el Zoológico; el olor no se va prefiero el de los animales salvajes.
Cruzo. Tengo que comprarme otros zapatos. Me alcanza apenas para unas zapatillas berretas porque a esta altura me voy a meter en un taxi y calculo que me queda la guita justa.
Y bueno, voy con las zapatillas, ahora está de moda, es cool.
Llego veinte minutos tarde.
Me recibe una mujer muy producida con un vaho Eau de perfum Tresor.
Digo buen día cortado por un estornudo.
“Buenas noches querrá decir” susurra casi, mientras me extiende la mano y observa directamente mis zapatillas.
Me disculpo vagamente.
“En esta empresa hay dos condiciones para empezar a hablar: la puntualidad y la indumentaria. Gracias por venir.
Y me abre la puerta para que me vaya.
Le grito ¡turra! entre lágrimas y estornudos y le tiro la caja con los zapatos clásicos, taquito corto, cuadrado, olor a vómito.
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