El Dr. Stein miró por la ventana de su oficina. Llovía insidiosamente sobre San Pablo.
No le gustaba esa ciudad, pero estaba, como Borges, entre el amor y el espanto. Sin embargo a veces pensaba en volver a Montevideo, donde había nacido y vivido hasta que dejó atrás familia y amigos y viajó con su mujer rumbo a París donde ambos terminaron sus estudios de Psicología.
Después vinieron Oxford, Méjico DF, Caracas y, finalmente, San Pablo.
A veces pensaba que más que la idea de regresar o de ir a otra parte, tenía más que ver con la huída; se sentía fuera de su eje. Hacía un tiempo ya que se había separado de su mujer..
_ Sos un macho interesante y sensible__le había dicho aquella vez. En otro momento se hubiera sentido como un pavo real en celo, pero en esas circunstancias la palabra macho lo atormentó.
_ Interesante y sensible, sobre todo con las mujeres – agregó. Hizo un silencio viscoso y, de pronto, estalló:¡Sos un hijo de puta! , mientras le pegaba con furia en la cara , en los brazos hasta que se dejó caer en el piso repitiendo que se quería morir.
La universidad estaba casi vacía.
Salió con paso lento hacia el fin de semana.
Bajó al estacionamiento, puso el auto en marcha. Lo esperaba la interminable caravana de viernes.
El ruido, la multitud, ciertos desajustes con el entorno, la separación, lo habían hecho pensar en volver a Méjico. Tenía todas las posibilidades de ganar allí una plaza.
Otra vez el auto detenido en un atasco. Recordó el patio de la casita de Montevideo y a su madre regando las plantas. Arreció la lluvia, pero pudo avanzar un poco. Paciencia. Nadie lo esperaba. En su nueva casa no tenía más que libros y unos pocos muebles. Ni siquiera una computadora.
_ Soy un hombre que anda por el mundo con dos memorias y sus archivos a cuestas _se dijo casi en voz alta.
“Qué querría decir interesante para una mujer?” se preguntó . Como si su cabeza fuera una calesita acudieron las imágenes de todas las mujeres que le habían roto el corazón, muchas, muchas ¿O había sido al revés? ¿No era él quien se iba por miedo a que lo abandonaran?
Los pensamientos viraron hacia Brian, un adolescente con un duelo imposible, un duelo contra el suelo le había dicho alguien. Pero Pablo Stein no se rendía fácilmente en su trabajo y estaba seguro de que el pibe iba a estar bien.
Escuchó unos bocinazos y desde otro auto le gritaron: ¡Vocè ficou maluco!
Arrancó deseando ser el cronopio que dormía bajo los pétalos de una flor.
De pronto dejó de llover y volvió a su mente Pablito, como le decían en el barrio,. el hijo de Sara y Saúl que soñaba con dar la vuelta al mundo en globo acompañado por su gato Judas. ¡Pobre gato con ese nombre! Era más bueno que el mismísimo cristo., no le conocía las uñas. A las mujeres sí. O eso suponía él. No le atraía mucho el tango, pero cuando pensaba en su vida amorosa le salía el dos por cuatro por todos los poros.
Le gustaba la música clásica, aunque su cable a tierra era el gimnasio de lunes a viernes.
- 2 -
Salió a la ruta y ahí nomás, al costado del camino, un joven negro con pocos dientes estaba vendiendo plátanos y mangos. Se detuvo porque le encantaban esas frutas. El negro sonrió mientras canturreaba una canción:
“Se lembra do futuro
Que a gente combinou
eu era tan crianza e ainda sou”
Curioso que el rapaz conociese una canción de Chico Buarque. Arrancó y siguió para su casa.
_Tan alto, tan intelectual, tan serio ¿qué te da por hacer fierros _ le había dicho una estudiante de la facultad que lo seducía hasta el paroxismo con su histeria permanente. Y encima le largó: _ Los patovicas no me gustan para nada, mientras le rozaba la mejilla con una boca enorme. Duró una noche. La noche.
Por fin vio la luna. Eran las nueve cuando llegó a la puerta del edificio donde vivía.
Cada vez que estacionaba el auto volvía, recurrente, aquella imagen insoportable. Miraba hacia el segundo piso donde siempre había una sola ventana iluminada, aunque él vivía en el octavo. Era casi un ritual: se quedaba un rato allí, con los ojos clavados en aquella ventana; luego apagaba el motor, recogía sus cosas, abría y subía en el ascensor sabiendo que no iba a encontrar a nadie en su apartamento.
Siempre había sido algo solitario, incluso le gustaba ir solo a pequeños cines para ver películas antiguas o se cruzaba la ciudad para escuchar algún concierto. Pero esto era diferente. La imagen de la ventana volvía y volvía hasta no dejarlo dormir.
Se había separado hacía ya dos años y, durante ese tiempo, había salido con muchas mujeres más jóvenes o mayores que él. Su madre le había dicho alguna vez que era muy enamoradizo. Tenía razón: solía sentirse enamorado de repente y, con la misma rapidez, desilusionado. Creía sufrir por amor. En realidad sufría por no poder amar y después decía que las mujeres le habían roto el alma.
Lo terrible era aquello que no podía contar a nadie porque pensaba que nadie iba a poder soportarlo y comprenderlo.
Se preparó un café porque ya había cenado en el comedor estudiantil. Era un profesional joven, muy reconocido en su especialidad, pero prefería cierta condición de outsider en su vida personal. No valoraba los bienes materiales y su único capital eran los libros, muchos de los cuales habían quedado en Montevideo.
Se lo veía hermético, deslizándose por los pasillos de la universidad con su figura contundente.Sus clases eran siempre muy comentadas porque desplegaba dotes histriónicas inadvertidas a primera vista. Un apasionado, un loco lindo como lo había calificado su compañero de despacho, un buen tipo al que veía poco.
- 3 -
Fue a lavarse los dientes y se miró al espejo. Se vio cansado y sonrió: _Eres feo feo, no sé qué te ven las minas _ se escuchó decir con un tono de uruguayo aporteñado.. Puso un disco de Vinicius...
_¡Nossa! ¡Tristeza nao tem fim…! ¡Give me king light! ¡Mon dieu!
Se encontró llorando, desesperado, ante el espejo, con el cepillo de dientes en la mano.
Aquella ya lejana noche de viernes, su mujer estaba en Río , para un Congreso sobre Maternidad adolescente.. Vivían en un segundo piso y Nahuel, su hijito de tres años había quedado con la niñera hasta que él llegó. Al rato tocó el timbre aquella menina de boca carnosa que lo buscaba siempre y lo dejaba con las ganas..Lo había seguido con la moto y logró que el portero la dejara ingresar. Pablo acostó al niño y se fue al cuarto con ella. De pronto escuchó gritos y la sirena de una ambulancia. Se asomó, desnudo, al balcón.
Allí abajo, sobre la vereda, yacía un niño. Corrió a la habitación de Nahuel. La ventana estaba abierta y la cama, vacía.
Fin de la tregua.
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