SENDEROS PARA ESCALAR

Ella no imaginó que sobre sus pezones podía nacer el jardín de rosas que él no le había prometido. Pero allí estaban los pétalos, suaves, deslizándose apenas.

Él empezó el beso como una pluma que roza la piel: las comisuras, el leve contacto, los labios apenas despegados, un aleteo suspendido, la lengua con cierta insignificancia aún, adelantándose a futuras profundidades. 

Él tomó una frutilla, nada original ; pero cuando la puso en la boca de ella lentamente, mientras volvía a ensimismarse con sus pezones llenos de pétalos, el jugo frutal que se esparcía por la boca de ella, empezó a fluir en la boca de él ya en el sur de ese cuerpo de mujer, ahora casi alada.

Ella sabía que él no haría nada que la dañara, sólo jugaría con su deseo.

Por eso, cuando él le tapó los ojos con un pañuelo de seda mientras le susurraba algo al oído, se entregó al placer no anunciado de la sutil oscuridad.

Él le fue enseñando palmo a palmo que su cuerpo, el de ella, podía ser un claro de luna, una parcela de semillas recién sembradas, un pentagrama, la biografía no autorizada de sus fantasías.

Y siguió abriéndose su cabeza y su sexo en una sinfonía infinita.

La acarició con una canción que a ella, ahora sin el pañuelo pero con los ojos cerrados, la incitaba al amor más sublime y al apareamiento más animal.

Una pluma rozó sus párpados, su mejilla, su pelo, su vientre. Iba dejando una sensación de levedad junto al aroma de las rosas.

Ella lo sintió a él aún en las fronteras de su ser más íntimo, lirio llameante que la invitaba a dejarse llevar.

Él la tomó por la espalda y la sentó frente a sí en un enredo de piernas y brazos y la degustación ya con las bocas abiertas, los labios en brote y las lenguas entrelazadas y la hendidura de ella en la espera de lo inminente.

Sin embargo, aún no llegaría el oasis donde nada se recuerda, nada se sabe, nada se conoce…Sólo el peligro de sucumbir y elevarse.

Bebieron un sorbo de vino de una misma copa sinuosa como los caminos que estaban recorriendo.

Sólo un sorbo y el resto salpicado sobre un cuerpo, sobre el otro, y y la boca de ella deslizándose sobre el torso de él y la boca de él sobre los hombros, la cintura, sus nalgas, el mapa todo de ella.

Ella se dio vuelta y se sumió en la oscilación de ese péndulo áureo que la dejaba un instante para acariciarle los pies y regresaba a la boca de ella cada vez más sedienta.

Y al fin sólo el puente recorrido entre las manos de él sosteniendo con firmeza los brazos levantados de ella y lanzarse al agua donde los cuerpos flotan, ella abajo, ella arriba, tibieza , un globo aerostático, una nave azul, una ladera, se despeñan casi, pero de pronto se elevan y hay una escalada imparable hasta la cima.

1 comentario:

Mony Maticess dijo...

Ana, que decirte...quedé absolutamente subyugada ante la magia exquisita de tu pluma; se desliza ondeante entre metáforas que cobran vida a lo largo de un viaje inesperado, que sumerge a la conciencia en la inconciencia de no distinguir entre los renglones que recorre la mirada y la sutil emoción que se apodera del alma. ¡Felicitaciones! MonyB.

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